Deportes extremos en Nueva Zelanda, safaris fotográficos por Etiopía, excursiones por parajes inhóspitos, etc. etc. Todo esto suena muy lindo y, de hecho, lo es; pero también es riesgoso. Ni siquiera hay que tomar ejemplos tan extremos: una excursiones con un esfuerzo físico moderado bajo el sol del verano realizada por una persona que no tiene un buen estado físico es una situación de riesgo. No estamos aquí para desincentivarlo: nosotros queremos que se vaya de vacaciones, que las disfrute, pero también queremos que esté protegido.
Los seguros de viaje son, paradójicamente, de contratación más habitual entre personas que hacen viajes de bajísimo riesgo: junto con los aéreos y la estadía en el All Inclusive contratan el seguro de viaje. Eso no está mal: siempre hay que contar con un seguro. Ahora bien, si a uno le preguntaran quién es más factible que haga uso de su seguro, si alguien que pasa dos semanas dentro de un hotel paradisíaco o alguien que pone en riesgo su cuerpo a diario, la respuesta sería obvia.
Lo que sucede es que el viajero que tiene ganas de aventura se sumerge en una especie de comportamiento adolescente de temeridad. Quienes viajan habitualmente a lugares complicados o que ponen en riesgo su salud a cambio de llegar a lugares fascinantes se comportan como adultos: contratan el seguro porque es importante para ellos estar protegidos y asegurarse que sus vacaciones estén también protegidas. El comportamiento cuasi adolescente es más propio de quienes hacen un viaje “de aventura” para “salir de la rutina”. Se da algo así como un lapsus en que un adulto dice “¿para qué quiero un seguro? Yo me voy a la aventura”.
La mejor manera de tomar estas situaciones
es no responderles como si fueran adolescentes, explicándoles las razones, sino
hablarles como lo que son, como adultos. Se le preguntará al lector que está
leyendo esto y se siente identificado: si a ese mismísimo viaje fuera usted con
sus hijos, ¿contrataría un seguro que les asegurara la mejor atención médica
posible o dejaría que corran la suerte que les toque? La respuesta que dé el
lector, como bien lo sabe, se aplica también para él mismo y para sus
eventuales compañeros de viaje.